La luna está sangrando y nadie sabe primeros auxilios alrededor.
Los pasos no suenan en la calle por el polvo acumulado y las suelas de goma de los zapatos que uso cada miercoles religiosamente.
Los pensamientos no suenan fuera de las mentes de los peregrinos del mundo,
sus ojos tampoco delatan lo que tienen que ocultar.
Ojos que buscan otros ojos, mentes que no entienden otras mentes.
Los gatos maúllan a la luna supliendo la falta de lobos en la ciudad,
y la luna sigue sangrando, pero ni siquiera los gatos lo pueden notar.
A estas horas los pájaros ya duermen,
Necesitan ocho horas de sueño para poder despertar a tiempo.
Cuento con los dedos las horas que dormí anoche,
pero “no soy un pájaro, no soy un pájaro… puede que sea un gato”,
aunque no sé si quiera tener siete vidas
...podría no ser suficiente
La luna se desangra a morir y ni las estrellas la lamentan,
y todos pueden ver la luna porque así de grande es,
pero estoy segura que él no la ve al mismo tiempo que yo.
Especialmente porque pienso en eso,
especialmente porque aun recuerdo su nombre,
porque cuando lo vuelva a olvidar
el comenzara a mirar a la luna mientras yo la este viendo,
y chocaremos el uno con el otro por haber seguido esa luz roja,
y volverán su nombre y los maullidos de los gatos y el canto de las aves.
Le llamaremos “destino” a las cosas que atestigua la luna,
pero ella se seguirá sangrando y hasta ese entonces hasta nosotros ya la habremos olvidado.